Facebook ha estado haciendo experimentos en
silencio sobre el poder que tiene para influir en multitud de cosas,
desde cómo expresamos nuestros sentimientos hasta a quién vamos a votar,
y el mundo por fin se ha dado cuenta de ello. Ahora ha llegado la hora
de entablar un debate que hace mucho tiempo que debería haberse
planteado: ¿Cuáles son las obligaciones de compañías como Facebook y
Google, que tienen el poder de configurar nuestra realidad colectiva?
El
pasado fin de semana se propagó una ola de indignación en internet por
un experimento que Facebook llevó a cabo en 2012 durante una semana. El
resultado fue que ver cosas positivas en Facebook incrementa algo la
posibilidad de que uno ponga algo positivo en la página; y lo inverso
también es cierto. Pero al contrario de lo que se ha dicho, los
investigadores no detectaron ninguna prueba de que Facebook realmente
modificara el estado anímico de nadie.
Dejando aparte los
aspectos éticos del experimento (para algunos es horroroso mientras que
otros piensan que no tiene mucha importancia), sus resultados demuestran
algo importante: que puede que no haya habido ninguna compañía en la
historia con tanto poder como Facebook para influir en lo que pensamos y
en lo que sentimos.
Facebook es grande y su alcance es mayor que el
de cualquier medio en toda la historia. Y si quisiera podría obtener
incontables datos sobre nosotros aunque nosotros no los revelemos, como
nuestra orientación sexual, nuestro estado civil, nuestra propensión a
consumir drogas, nuestro coeficiente intelectual, nuestras tendencias
políticas, etcétera
La cuestión es la siguiente: ¿qué sucedería
si Facebook decidiera hacer uso de todos estos datos? No sólo venderlos a
empresas, sino también utilizarlos para influir en el estado de ánimo
de las personas con el fin de conseguir algo concreto.
Por ejemplo,
¿qué sucedería si Facebook le enviara una mezcla óptima de contenidos
positivos y negativos con el fin de que utilice Facebook la máxima
cantidad de tiempo al día? Con el experimento anterior, Facebook ya ha
demostrado que tiene el poder para determinar lo que usted lee mediante
esta táctica. Y a partir de ahí, establecer una relación entre ese poder
y el número de minutos que usted pasa en Facebook constituye un
ejercicio matemático sencillo.
Facebook sería estúpido si no usara
estos datos para manipular nuestros sentimientos con el fin de que
naveguemos por su página el mayor tiempo posible, y como los algoritmos
que usa para determinar las noticias y mensajes que recibimos no son
públicos, no hay forma de que nadie sepa nunca cómo lo hace. Tampoco hay
leyes que le prohíban hacerlo.
Otro ejemplo del poder de Facebook es
el siguiente: en 2010, Facebook demostró que podía incrementar el nivel
de participación electoral en unas elecciones al Congreso en EEUU al
enviar mensajes concretos a sus usuarios. Dadas las características de
los usuarios de la red social (en 2010 había más jóvenes y más amantes
de la tecnología que ahora), tiene sentido preguntarse si al enviar
estos mensajes Facebook influyó inconscientemente en el resultado de
esas elecciones al Congreso.
Los algoritmos que determinan las
noticias y mensajes que recibimos en Facebook, los resultados de las
búsquedas que hacemos en Google y los mensajes que aparecen en la
pestaña de “descubrimiento” de Twitter son cajas negras. Apenas tenemos
idea de la manera en la que Facebook decide influir en los 1.200
millones de personas que usan la página regularmente.
Si cuando
sea más mayor Mark Zuckerberg decide llegar a ser un magnate de los
medios como Hearst, que manipula las noticias para conseguir sus propios
fines, nadie podrá impedírselo. En cierto sentido, esto hace que
Facebook sea una compañía de medios como cualquier otra de la historia.
La diferencia es que debido a la cantidad infinita de datos que posee y a
su capacidad para hacer cambios mínimos en su algoritmo para cada
usuario a nivel individual, en cierto sentido Facebook tiene más poder
que cualquier magnate de los medios de comunicación en el pasado.
También
cabe preguntarse si Facebook tiene la obligación moral de usar sus
datos para un buen fin. Si Facebook puede deducir cuál es nuestro estado
de ánimo a partir de los mensajes que ponemos en la página, ¿debería
intentar desarrollar un algoritmo para determinar qué usuarios es más
probable que cometan un acto violento o se suiciden? Y al igual que
aquellos que dicen que deberían echarse antidepresivos en el agua
potable, ¿tiene Facebook la obligación de enviar a sus usuarios más
tristes únicamente mensajes y noticias positivos que les animen?
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