sábado, 19 de febrero de 2011

El segundo zumbido de la abeja

El próximo miércoles, se cumplen 28 años de la expropiación forzosa de Rumasa, uno de los mayores grupo empresariales de entonces. El hólding, presidido por José María Ruiz-Mateos y representado por una abeja, facturaba cerca de 350.000 millones de pesetas (2.100 millones de euros), sumaba 900 empresas y contaba con una plantilla de 60.000 personas. En su cartera, se incluían marcas como Galerías Preciados y Loewe, además de entidades financieras como Banco Atlántico o Banco de Jerez.
“La expropiación de Rumasa fue una medida de política económica con la que se quiso evitar la crisis total de un grupo en quiebra que, en las difíciles circunstancias de 1983, nos pareció que podía tener unas consecuencias muy graves”, explicó años después Miguel Boyer, entonces ministro de Economía y Hacienda.
Un círculo
La recesión de principios de los ochenta hizo tambalear los cimientos de un grupo que se fundó con un capital de 300.000 pesetas. La edificación del gigante empresarial se sustentaba en un peligroso círculo; sus bancos prestaban dinero a sus empresas, concentrando así un exceso de riesgo.
“Sin rencor”, como reitera el empresario siempre que tiene ocasión y con el apoyo de sus seis hijos varones, la familia Ruiz-Mateos ha creado desde entonces un renovado hólding. Nueva Rumasa factura alrededor de 1.500 millones de euros, aglutina alrededor de 300 empresas y genera 10.000 empleos. Clesa, Cacaolat, Dhul y Carcesa son las joyas del grupo, en el que también se incluyen el Rayo Vallecano y varios hoteles en Canarias y Baleares. La mayoría de estas empresas está en situación preconcursal.
En este resurgir de las cenizas, los Ruiz-Mateos han seguido una trepidante política de compras de empresas en crisis –en ocasiones, no han tenido que realizar desembolso económico, pero sí han asumido la plantilla y su endeudamiento–. En esta ocasión, se han apoyado en entidades como Santander y Banesto y en diversas cajas de ahorros regionales. Con el boom económico, la financiación no fue difícil, pero, al igual que hace tres décadas, la recesión económica ha vuelto impactar de lleno en el hólding, que se ha encontrado con el grifo de la financiación cortado y con los acreedores exigiendo por anticipado el cumplimiento de sus compromisos.
Pero, esta vez, no será fácil ir contra sus empresas. Para evitar los errores del pasado y proteger el nuevo imperio, la familia decidió sentar las bases de su proyecto empresarial en diferentes paraísos fiscales, según ha reconocido en diferentes ocasiones el consejero delegado del grupo, José María Ruiz-Mateos Rivero.
Las sociedades matrices de las principales compañías agroalimentarias tienen su sede en zonas de tributación especial, como las Antillas Holandesas, Países Bajos o Belice. Ruiz-Mateos asegura que esta fórmula no tiene nada ver con los incentivos fiscales y “que no hay exportación de fondos”, es decir, que todos los beneficios del grupo se reinvierten en España.
Al desenredar el entramado societario de Nueva Rumasa, el primer escalón fuera del país se encuentra en Países Bajos, en Holanda. Allí, el grupo tiene constituidas varias sociedades, como Alinda Finance y Dhul Holding BV, propietarias de Clesa y de Dhul, respectivamente. Las raíces más profundas remiten hasta América, en paraísos fiscales como Belice o las Antillas Holandesas.
En esta última, se encuentra Serendipity International Consultants, dueño de Alinda y, por tanto, de Clesa. Tanto el primer accionista de Hibramer, como el de Complejo Bodeguero Bellavista, están domiciliados en Belice, según figura en el Registro Mercantil holandés.
Además de los incentivos fiscales, otra de las ventajas de estas zonas de tributación especial es que facilitan la ejecución de operaciones apalancadas, es decir, comprar compañías con deuda respaldada por los activos que se están adquiriendo, sin tener que destinar cantidades importantes de capital propio, una fórmula que ha utilizado la familia Ruiz-Mateos en la construcción de Nueva Rumasa.

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